Un trabajador de la cosecha de Cereza en Los Antiguos aseguró ver durante 15 noches luces que salían de las profundidades del agua. El misterio del Lago Buenos Aires, ese enigmático rincón de la Patagonia.
Un nuevo testimonio extraordinario coloca a Santa Cruz en el epicentro de los fenómenos inexplicables. Esta vez, un zafrero dedicado a la cosecha anual de cereza asegura haber presenciado eventos que desafiaron su percepción de la realidad en las costas del lago Buenos Aires, al noroeste de la provincia.
El testigo, que optó por mantener su identidad en reserva, relató a La Opinión Austral que durante más de 15 noches consecutivas, mientras contemplaba la inmensidad del lago, fue testigo de un fenómeno inquietante: luces intensas emergiendo de las profundidades del agua, moviéndose con un patrón que describió como hipnótico y fuera de lo común.
“Están acá y se esconden en el agua”, declaró con firmeza, sugiriendo que la inmensidad y las profundidades del lago Buenos Aires podrían servir como escondite para estas misteriosas presencias. Pero esto no fue lo más impactante de su relato. Según cuenta, también observó esferas luminosas que flotaban brevemente a la distancia antes de desaparecer nuevamente en el agua.
El zafrero, del que solo diremos que se llama Carlos, no está solo en su experiencia. A lo largo de los años, numerosos relatos similares han surgido en torno al lago Buenos Aires, alimentando teorías que van desde bases submarinas de OVNIs hasta manifestaciones vinculadas a leyendas ancestrales.
A pesar de la creciente cantidad de avistamientos, los habitantes locales prefieren guardar silencio, ya sea por temor al escepticismo o por respeto al misterio que rodea este enigmático rincón de la Patagonia.
Su testimonio se suma a una lista creciente de encuentros que parecen señalar al lago Buenos Aires como un punto clave en el mapa de los fenómenos inexplicables. Mientras las preguntas permanecen sin respuesta, una cosa parece cierta: el agua de este lago esconde secretos que, por ahora, continúan desafiando toda lógica.
El testigo
Carlos, un hombre de más de 50 años oriundo del conurbano bonaerense, es uno de los tantos trabajadores temporales que año a año viajan junto a sus familias a Los Antiguos, la “Capital Nacional de la Cereza”, para participar en la cosecha de este fruto fino. Durante su estadía en esta tranquila localidad, Carlos ha convertido en hábito sus caminatas hacia la costa del lago Buenos Aires, donde encuentra un remanso de paz y, según su relato, experiencias fuera de lo común.
Su lugar favorito para observar el lago es un pequeño muelle de madera al que accede desde la Costanera, cerca de la intersección con la Avenida Tehuelches y a escasos metros del monumento al salmón. Desde allí, camina unos 20 metros hasta un mirador que ofrece una vista panorámica de las aguas turquesas y cristalinas del lago, que alcanzan una profundidad máxima de 590 metros.
El lago Buenos Aires, segundo en extensión de Sudamérica después del Titicaca, es un gigante imponente y traicionero. Las fuertes corrientes, influidas tanto por los vientos patagónicos como por las brisas que llegan desde el océano Pacífico, hacen que navegar de noche sea prácticamente imposible. “No creo que se permitan embarcaciones de noche, y menos por estas aguas. Pescar después del atardecer acá es algo que nadie hace”, explicó Carlos al ser consultado sobre si pudo haber confundido su experiencia con algún bote o vehículo.
El avistamiento que protagonizó ocurrió durante varias noches consecutivas. Todo comenzó una noche mientras observaba la calma del lago desde su mirador habitual. A la distancia, a unos 20 kilómetros hacia la costa opuesta, notó extraños destellos. “Primero pensé que era algún reflejo, pero esas luces no eran normales. A veces eran dos, otras tres. Se movían de formas imposibles o simplemente aparecían y desaparecían en segundos.”
Por más de 15 noches seguidas, Carlos observó las luces danzar sobre la superficie del lago o emerger brevemente para desaparecer nuevamente. Aunque tuvo dudas iniciales, el patrón y el comportamiento de los destellos terminaron por convencerlo de que no eran algo convencional. “Cuando lo contás, nadie te cree, pero yo sé lo que vi. Después de tantos días, no hay manera de que fuera una confusión.”
Carlos asegura que no existen embarcaciones o vehículos que puedan justificar lo que presenció. La distancia, el comportamiento errático de las luces y la falta de tráfico náutico en esas horas de la noche solo añaden más interrogantes al misterio.”Ahora tengo ganas de contarlo,” concluye, “porque estas cosas están ahí. No sé qué son, pero las vi con mis propios ojos.”
Extraño encuentro: ¿testigos o parte del enigma?
Nuestro testigo relata un episodio tan desconcertante como inquietante. Una tarde, mientras observaba lo que describió como una nave evolucionando sobre las aguas del lago Buenos Aires, algo más capturó su atención: una vieja Volkswagen Combi, modelo 1980, apareció en la escena. Desde el interior del vehículo se escuchaba música en alemán, un detalle tan peculiar como desconcertante en ese remoto rincón patagónico.
De la combi descendieron dos jóvenes de aspecto nórdico, cuya presencia parecía casi cinematográfica. Curiosamente, los forasteros mostraron un marcado interés por lo que el testigo estaba viendo, como si ellos también supieran que algo extraordinario ocurría en el lugar. La interacción fue breve, pero dejó una huella profunda.
Cuando el testigo les pidió tomarse una foto juntos para inmortalizar el momento, la reacción de los extranjeros fue inesperada: se negaron rotundamente, sin dar mayores explicaciones, y volvieron a enfocarse en sus propios asuntos. Fue entonces cuando las dudas comenzaron a asaltar al observador: ¿Podrían aquellos hombres ser más que simples curiosos? ¿Formarían parte del misterio que rodea al lago y sus luces inexplicables?
El temor y la incertidumbre lo llevaron a abandonar la escena apresuradamente, dejando tras de sí más preguntas que respuestas. ¿Quiénes eran realmente esos jóvenes? ¿Por qué estaban allí, en un lugar tan apartado, justo en el momento de una supuesta manifestación anómala?
Conexión OVNIs y volcanes: ¿una puerta entre mundos?
La Meseta del Lago Buenos Aires, una vasta formación de origen volcánico, ha sido testigo de historias que datan de hace más de 9.000 años. Aunque sus volcanes llevan milenios inactivos, su presencia sigue marcando la narrativa de la región. Entre las evidencias más intrigantes están los petroglifos encontrados en la zona, que parecen retratar encuentros con figuras humanoides y misteriosos círculos o esferas que emergen del interior de los volcanes.
Un ejemplo fascinante de estas imágenes aparece en un estudio titulado “El cañadón de la flecha“, realizado por Nora Franco, Natalia Cárdenas, Brenda Gilio, Lucas Vetrisano, Pablo E. Bianchi y Giuliana Kaufman. En él, se describe una escena que podría interpretarse como un encuentro entre figuras antropomorfas y lo que parecen ser esferas flotantes.
Esto nos lleva a plantear una pregunta inevitable: ¿es posible que los orbes vistos recientemente por testigos en la región sean los mismos que aparecen en los petroglifos de hace 9.000 años? ¿Podrían estas esferas haber salido de los volcanes cercanos, esos mismos gigantes dormidos que aún infunden respeto y temor en los pobladores de la región?
En agosto de 1991, el volcán Hudson, ubicado en la Región de Aysén, en Chile, entró en erupción, una de las más violentas de su historia reciente. La ceniza volcánica afectó gravemente a Los Antiguos. Este es solo uno de los más de 120 volcanes activos que se encuentran en la cordillera de los Andes, y su relación con el fenómeno OVNI ha sido objeto de especulación durante décadas.
Investigadores del tema han señalado que los volcanes parecen ser de especial interés para aquellos “visitantes del cielo”. En México, por ejemplo, el Popocatépetl ha sido catalogado como una “puerta dimensional” por donde entran y salen naves no identificadas. Petroglifos y pinturas rupestres a lo largo de América Latina documentan encuentros similares, donde los habitantes de la antigüedad parecían interactuar con misteriosas entidades que emergían de las entrañas de los volcanes.
¿Podrían estas leyendas y observaciones modernas estar conectadas? ¿Estamos ante un fenómeno que ha trascendido los milenios? La relación entre los volcanes, los OVNIs y las manifestaciones culturales parece dibujar un mapa lleno de incógnitas. Tal vez las respuestas estén enterradas en el pasado, esperando ser redescubiertas en el presente.
El misterio de Los Antiguos: ¿un legado espiritual?
Los Antiguos, una ciudad ubicada a 1.056 kilómetros de Río Gallegos, parece albergar no solo una rica historia ancestral, sino también un aura de misterio que trasciende el tiempo. Aunque su fundación oficial data de 1921, su nombre se remonta a una antigua creencia Tehuelche que sostiene que los ancianos de esta etnia elegían este rincón remoto para pasar sus últimos días. Según el relato, esta decisión estaba íntimamente ligada al clima del lugar, un refugio natural que ofrecía una especie de calma final para sus vidas.
El nombre “Los Antiguos” proviene de la traducción del vocablo Tehuelche I keu kenk, que significa “mis antepasados”. Pero, ¿podría haber algo más detrás de esta denominación? Algunos relatos especulan que los Tehuelches, conocidos también como Aonikenk o Patagones, realizaban rituales en la zona para garantizar que las almas de sus ancestros desencarnados permanecieran allí, cuidando y habitando ese territorio para siempre.
De ser cierta esta interpretación, ¿podría este vínculo espiritual explicar algunos fenómenos inusuales reportados en la región? Los testigos a menudo describen luces extrañas que parecen moverse con vida propia en los alrededores. ¿Son estas manifestaciones naturales, o podrían ser la presencia de los antiguos, los espíritus de los Aonikenk, que aún vigilan el lugar que eligieron como su morada eterna?
La conexión entre los rituales ancestrales y los fenómenos inexplicables añade un componente fascinante a la historia de Los Antiguos. Mientras la ciencia busca respuestas en lo tangible, las leyendas continúan alimentando el enigma de este rincón patagónico, donde lo espiritual y lo desconocido parecen coexistir en un equilibrio tan misterioso como atractivo.
“Los espíritus malos”
En la región circula una inquietante leyenda conocida como “Los espíritus malos“, documentada en el notable libro Joiuen Tsoneka de Mario Echeverría Baleta, un escritor oriundo de El Calafate que falleció en 2023. En su obra, Echeverría Baleta detalla la presencia de varios espíritus que, según la tradición, rondan la zona y causan estragos:
“Maip es el espíritu del frío, cuyo aliento gélido provocó la muerte de muchas avecillas amigas de Elal. Su hermano mellizo, Kelenken, tenía la forma de un ave de rapiña gigantesca de color negro, semejante al chimango, pero con rostro humano. Este ser malévolo disfrutaba del sufrimiento ajeno, apareciendo durante los partos difíciles para beber las lágrimas de las madres y embrujar a los recién nacidos. En casos de fiebre y delirio, se manifestaba agitando sus alas y riendo de manera macabra.”
Pero no son los únicos. En la zona se habla también de Axshem, otro espíritu del mal. Según el autor, este ser habitaba en el fondo de un manantial sulfuroso, conocido hoy como “Oschen Aike“, ubicado al sur del arroyo Córpen y el río Chico, en el Departamento Corpen Aike. Axshem era temido por sus efectos devastadores: “Causaba dolores, hacía rodar a los caballos durante las boleadas, introducía espinas infectadas en hombres y animales, y al penetrar en los cuerpos provocaba un agotamiento extremo. Si se oía el restallar de las burbujas en el agua, era necesario lanzar piedras, boleadoras o flechas para acallarlo.”
Los lugares mencionados por Echeverría Baleta son reales, lo que añade un halo de misterio a su relato. Y cabe preguntarse: ¿podrían estas figuras mitológicas manifestarse de algún modo en el presente? Quizás, como luces inexplicables que se mueven inquietantes sobre las agitadas aguas del lago Buenos Aires. Una conexión intrigante entre leyenda y fenómeno natural que sigue alimentando la fascinación por estas tierras.
¿Embarcaciones nocturnas?
Ante la duda de si podía tratarse de pescadores navegando de noche en el lago Buenos Aires, encontramos una ordenanza muy estricta sobre pesca. Según lo dispuesto en el artículo 21° del Decreto Provincial 195/83, la jornada de pesca comienza una hora antes del amanecer y finaliza dos horas después del atardecer. El Cuerpo de Guardias de Pesca y Recolección es el encargado de velar por el cumplimiento de estas normas, que regulan tanto la pesca deportiva como la asistencia al pescador.
Por lo tanto, es poco probable que estemos ante la presencia de algún tipo de embarcación nocturna, más aún considerando los fuertes vientos y las grandes profundidades características de la zona. Además, este lugar es celosamente vigilado las 24 horas por la Policía Provincial de Santa Cruz, la Prefectura Naval Argentina y la Gendarmería Nacional, asegurando el monitoreo constante del enorme espejo de agua.
Marco Bustamante para La Opinión Austral