La obra de Leandro Allochis alude a las vanitas, un género clásico de la pintura que habla de los intentos de enfrentar el fin de la vida.
A fines de 1580, El Greco pintó por encargo El entierro del conde de Orgaz, una obra de casi 5 metros por 3,6 para la capilla dedicada a aquel hombre en una iglesia de Santo Tomás de Toledo, España. Abajo representó a santos que descienden del cielo para enterrar al conde, a su hijo, a obispos y a caballeros. Arriba, a personajes del antiguo testamento, Jesús, la virgen, apóstoles, ángeles, todos en una especie de remolino: la «fiesta» de la vida eterna.
La obra es célebre. Para algunos críticos, la mejor de El Greco. Incluso Picasso la recreó en 1901 en El entierro de Casagemas (por Carlos Casagemas, un pintor amigo).
Y la obra se puede considerar como un emblema de un género pictórico, vanitas, clave en el 1600, que denuncia la finitud de la vida y los intentos por conjurarla. En las vanitas aparecen moscas en las frutas machucadas y flores marchitas y, entre joyas, libros y vino –es decir, símbolos de riqueza, poder, sabiduría y placer–, siempre hay una calavera.
Ahora, en el espacio de arte Vitriol, de Perón al 1200, en el Centro porteño, hay otra obra que «cita» El entierro del conde de Orgaz: una gran foto cuyos personajes son mariachis «adorando» una máquina de pinball de Star Trek.
«Los mariachis tienen repertorios específicos para cantar en los nacimientos, los casamientos y los funerales. Los elegí porque son una muestra de cultura popular que habla de lo mismo que las vanitas: formas de lidiar con la muerte«, explica a Clarín Cultura Leandro Allochis, su creador.
«El juego con Stark Trek también apunta en ese sentido. En cierta forma, igual que pasa con las religiones, en esas películas, la humanidad se lanza a ver qué hay más allá«, agrega.
Allochis (1974) estudió arte, simbología, diseño y publicidad, acá y en España. Es docente y es investigador de el Museo del Traje. Sus fotos, alucinantes escenas montadas y luego retocadas digitalmente, combinan un poco de todos esos saberes.
El artista usa, por ejemplo, parte del esquema compositivo de La ronda nocturna, una de las pinturas más famosa de Rembrandt, para retratar a un grupo de judíos ortodoxos, entre ellos, uno con una gorrita con visera que dice «El elegido» en hebreo. Todo, decorado con arabescos dorados inspirados en diseños del artista y poeta William Morris.
Lo de Allochis es bien contemporáneo. Un mix entre lo sagrado y lo profano, pop y clásicos, para descifrar.
«Creo que lo sacro y lo profano están más cerca de lo que suponemos. Soy santacruceño y, muchas veces subo a un avión y veo a gente hacerse la señal de la cruz. Vas en el colectivo y escuchás reggaetón, que habla de sexo, mientras ves una estampita de la virgen frente al chofer», señala Allochis.
En su muestra, titulada Vanidad de vanidades y curada por Julio Sánchez, el impacto está garantizado. El asunto, igual de atractivo, es quitar las capas y capas, como marca Allochis, de significados.
Falta un día para la inauguración pero en la sala ya está todo listo. Cuelga la obra de un supuesto masón, con un collarín dorado con un bordado que alude al Gauchito Gil. Otro que posa, con su túnica, cual un noble del Renacimiento, acompañado por sus perritos «de diseño«, es decir, «los que se empezaron a criar en esa época para compañía».
Anteojos 3 D. Fichas de juegos de la vida, ese en el que la meta es acumular riqueza, que en este trabajo vuela de un soplido por el aire. Tablas oüija para invocar espíritus. Libros esotéricos. Un tercer ojo por allá.
Anubis, el guardián de las tumbas y patrón de los embalsamadores en el Antiguo Egipto por acá. Jóvenes cuerpos masculinos –siempre– con tatuajes de calaveras. Ruedas, el tiempo que no para de girar.
Allochis señala que respeta las creencias pero piensa distinto y crítica así, con creatividad, con ironía y con argumentos. Indica que tanto la pintura del El Greco y el cristianismo que la inspira, el judaísmo ortodoxo y la masonería son formas para organizar los “intentos de trascendencia del hombre, la necesidad de reconocimiento social mediante la generación de jerarquías, para simular un status superior al estado físico y mortal del cuerpo biológico«.
Sigue: «Me baso en la teoría de Carl Jung que dice que los símbolos no mueren, sino que se transforman y que tienen sus equivalentes en diferentes culturas por más que su apariencia sea disímil. Son la evidencia de la necesidad humana de trascender la materia». De hecho, «la fotografía, que nos da también una promesa de trascendencia, es para mí la última de las religiones paganas», dispara.
Vitriol, el flamante espacio para el arte contemporáneo que se suma a la red que se construye con Pasaje 17, la Fundación Cassará y Arthaus ya en el Microcentro, entre otros, fue fundado por Marco Antonio Arslanian, el dueño del Café de Marco, orfebre, masón «crítico». Y lo abrió justo frente al templo de la logia.
Allochis propone además una instalación: “Invita al público a posar detrás de una mesa con atributos simbólicos que encarnan la necesidad del hombre de crear estrategias de evasión de la muerte. Cada persona verá un espejo de lo que hacemos cada día para sentir que vale la pena vivir. Depende de cada uno elegir su propia estrategia para trascender”, al menos, en una selfie.
Nada parece casual en la sala. Incluso su nombre. V.I.T.R.I.O.L. es la sigla de una frase en latín atribuida al alquimista Basilio Valentín (nacido en Alsacia, hacia 1394) que se traduce como «visita los interiores de la Tierra, rectificando encontrarás la Piedra Oculta».
En la invitación a la muestra, indican: «Desde el punto de vista de la psicología junguiana, la Piedra Oculta o Filosofal es la aspiración del individuo de vivir en armonía consigo, con sus semejantes y con el universo». Lo que buscaba Arslanian cuando, de adolescente se convirtió en masón, según cuenta, y lo que buscan Allochis y buena parte del arte.
Como sea, las obras de Allochis, donde manda el negro fúnebre, son claramente artificiosas. El autor explora hasta alucinarnos la capacidad de fabricar fantasías que ofrece la fotografía.
Sin embargo, sus vanitas no aparecen envueltas con un moñito para enseñar valores y disvalores. Más bien rompen esas tradiciones para combinar supuestos opuestos. Cuerpo y alma. Tierra y cielo. Lo efímero y lo eterno. Los entierros, los mariachis y el pinball.
Ficha
Vanidad de vanidades
Dónde: en galería Vitriol, Juan Domingo Perón 1253.
Cuándo: de lunes a viernes, de 12 a 21. Sábados, de 9 a 12. Desde el jueves 2 de marzo a las 19.
Entrada: gratuita.
Clarín